CUANDO UN GIGANTE CAE, LOS ENANOS NOS QUEDAMOS
SIN SOMBRA
Dicen que en la guerra los ancianos entierran a los jóvenes.
Puesto que es la paz y somos viejos, los jóvenes nos han de
enterrar.
Dicen que todos somos buenos después de muertos.
Algunos muertos fueron buenos antes de muertos. Buenos,
generosos y honrados, sabios y cercanos, realmente humanos.
Algunos muertos nos dieron sombra acogedora y protectora y su
caída nos deja a la intemperie, solos ante el peligro.
Hace muchos años nos preguntó uno de nuestros hijos: “cuando
muere un viejo sabio, a dónde va su conocimiento y su experiencia”.
No supimos bien qué responder.
“Si tiene familiares y amigos, todos aprendemos unos de otros.
Mucho quedará en nuestro corazón y en nuestra mente, y su
bondad, su cultura, su sabiduría y sus hechos formarán parte de la
memoria que transmitimos de generación en generación, desde que
la especie humana empezó a serlo”.
“Si tiene actividad registrada, por escrito o en imágenes, serán sus
propias palabras, su propia persona la que podrá ser vista y
revista, una y otra vez. A veces sin saber quién fue, como el autor
anónimo del poema de Gilgamesh. Otras sabiendo quién fue, pero
ya con la pátina del olvido, como Aristóteles. Otras con viveza, por
la cercanía, como la obra de Albert Einstein”.
No pensamos entonces, pero pensamos ahora, que nos quedamos
sin sombra cuando muere un gigante.
Ha muerto Bárbara Starfield, una gigante de la Atención Primaria, y
su sombra protectora nos ha abandonado. Era una mujer sabia y
anciana, aunque parecía joven y estudiante.
Bárbara Starfield tuvo amigos y familiares capaces de pasar a
generaciones futuras su tesoro de conocimiento, bondad, cultura y
sabiduría, incluso muchos de sus hechos y anécdotas.
Bárbara Starfield deja registros múltiples, en artículos, libros y
presentaciones, que servirán de puente para que otros lleguen más
allá.
Bárbara Starfield fue buena antes de muerta.
Ahora es el tiempo de los homenajes, de los panegíricos y epitafios,
de los obituarios laudatorios, del recuerdo público en que se mezcla
el miedo a la muerte de quien escribe, su propia exhibición y el
ansia de olvido de los errores cometidos y de los daños provocados
a quien tanto se alaba.
Ahora es el tiempo del culto a la muerte y a los muertos.
Hubo un tiempo para amar, para querer, para la amistad, para
compartir, para el respeto amable, pero muchas veces no hubo
tiempo, y ya es tarde para dar marcha atrás, ya es tarde para
reparar daños y errores.
“Hasta el infinito y más allá”, como dicen los nietos al columpiarlos y
al pedir que los abuelos empujemos con más fuerza.
“Hasta el infinito y más allá”.
Llegarán otros más allá, pasarán años y décadas, y siglos y
milenios, y la pátina del tiempo nublará el recuerdo de una gigante
cuya sombra ha dejado de proteger a los enanos (entre los que nos
encontramos).
Ahora somos conscientes de cuán enanos éramos, expuestos al
ambiente abrasador de una Medicina arrogante, que desprecia
cuanto ignora, e ignora casi todo.
Ahora somos conscientes de que hicimos mucho daño, de que
conseguir una visa fue un inconveniente constante para Bárbara
Starfield en sus viajes a Brasil. ¡Con lo merecido y fácil que hubiera
sido nombrarla ciudadana brasileña de honor!
Ahora somos conscientes de que hicimos daño, mucho daño,
cuando en Zaragoza (España) se le negó formar parte de un
tribunal universitario de tesis doctoral por no ser doctora en
Medicina. ¡Con lo merecido y fácil que hubiera sido nombrarle
doctor honoris causa!
Ahora somos conscientes de su escaso impacto en la política
sanitaria de los EEUU, su patria. No hay santo que haga milagros
en casa, ni gigante que dé sombra a sus convecinos. ¡Con lo fácil
que hubiera sido seguir sus recomendaciones en la política
sanitaria, para lograr una Atención Primaria fuerte en un país que la
necesita más que ninguno entre los desarrollados!
Fue Bárbara Starfield mujer de izquierdas. Fue siempre sensible al
sufrimiento ajeno, activista contra la injusticia.
Conoció a su futuro esposo, también estudiante de Medicina, en un
acto a favor de los veteranos de la Brigada Lincoln, una de las
Brigadas Internacionales que apoyaron a la República Española
contra la barbarie nazi.
Fue pediatra de formación, internacionalista de acción. Se inició en
la investigación de la organización de servicios con KL White,
maestro y amigo, el de “la ecología de la atención médica”, el de
“más vale acertar por aproximación que equivocarse con precisión”.
Este gigante le acompañó en los EEUU, como le acompañaron en
el Reino Unido gigantes dispares, desde John Fry a Julian Tudor
Hart.
Tuvo una actitud crítica positiva, señaló los errores de una atención
sanitaria basada en especialistas, y demostró sus peligros (a
destacar su texto sobre la actividad médica como causa de muerte
evitable), pero al tiempo desarrolló un aparato teórico impresionante
de defensa de la Atención Primaria como mejor respuesta a los
excesos de la Medicina y de la prevención.
Supo analizar los excesos de la incorrecta aplicación de la
metodología estadística, y lo resumió en su artículo sobre
“elegancia interna, irrelevancia externa”.
Supo comparar países, supo abrir caminos, supo dar respuestas a
los cambios tecnológicos y sociales. Nunca olvidó el impacto de la
desigualdad en la salud.
Muchos son los que citan su nombre en vano. Muchos los que
justifican barbaridades en nombre de Bárbara Starfield. Muchos los
que confunden Atención Primaria con soluciones exclusivas para
pobres, de pobre calidad y de programas verticales. Da vértigo
pensar en la manipulación de sus ideas por quienes carecen de
ellas.
Ya no cabe el recurso a escribir cosas juntos para señalar caminos
nuevos, para reivindicar su trabajo y trayectoria.
Ahora queda su recuerdo, el consuelo del rezo en alguna sinagoga,
el seguir la senda que abrió, “hasta el infinito y más allá”.
“Hasta el infinito y más allá”.
Juan Gérvas y Mercedes Pérez Fernández
Brasilia, Brasil, Junio de 2011
PARA CITAR: Gérvas J, Peréz Fernández M. Quando um gigante
cai, os añoes ficam sem sombra. Rev Bras Med Fam Comunidade.
2011 [in press]